Yo era muy chica. Mi hermanito aún no había nacido. Vivíamos en una casa con jardín y rosales, y una alambrada baja- de trama octogonal creo- con una puertita. La puerta principal era metálica, con una ventana.
Enfrente o muy cerca había una plaza, con árboles añosos y muchos escondites.
De día, cuando era la temporada, los chicos cazaban mariposas, de noche perseguíamos bichitos de luz.
Qué tiempos sin tiempos, el juego y la vida eran todo, los miedos eran miedos niños.
Era una casa alquilada, así que a veces escuchábamos mi hermanita mayor y yo, conversaciones que tenían que ver con la compra de una vivienda propia.
No sé si estos son recuerdos verdaderos o conversaciones escuchadas después.
Hoy, aunque tantos años pasaron, respiro el aire aquel, rememoro a mi abuela, con una rama en la mano para espantar bichitos, la luna entre la fronda, los bancos de piedra.
También evoco el paseo a la plaza de las palomas, limpia, poblada; el fotógrafo detrás de la cámara y el lienzo negro.
Y a mi hermanita, tan sociable, tan hermosa, con sus piernas gorditas y sus rulos. Ojalá ella pueda, en la niebla de los ciclos revivir algo de ese pasado que la haga feliz.
Las lágrimas deberían tener un fin; en principio, aflorar, y luego llevar las horas hacia atrás, para ahuyentar la nostalgia, la melancolía.
foto de Graciela, mi hermanita mayor
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